¿Vamos hacia una plaza Tahrir española?

 'MARCHA NEGRA' EN MADRID

Ocho detenidos y 76 heridos leves en las cargas policiales contra la marcha minera

Ningunos de los arrestados es minero, según la policía

Grupos de manifestantes intentan derribar las vallas y lanzan todo tipo de objetos a los agentes

Entre los manifestantes, según fuentes de Interior, "había grupos antisistema". El País, 11 de julio de 2012.

“Civis romanum sum”: soy ciudadano romano, y era lo más excelso que se podía ser en el mundo y la larguísima andadura de la historia ha hecho que aquella afirmación que obligaba al que la recibía a respetar al individuo que se la decía hasta el máximo límite, se ha extendido a todos los ciudadanos del mundo hasta concretarse en esa maravillosa Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, que, seguro, es el mayor timbre de gloria que ha alcanzado el hombre.

“Civis, civis”, latín, ciudadano, “civitas, civitaris”, ciudad, civismo, civilización, civilidad, ius civium, derecho de la ciudad, civilizado: dícese del comportamiento que está acorde con las normas que rigen la ciudad.

Y, de pronto, irrumpe aquí, en medio de todas estas palabras sagradas, el rostro insuperablemente ensangrentado de esa muchacha que lleva como señal de identificación, creo, el famoso pañuelo árabe, como signo distintivo de una implacable persecución.

Todo esto, sin quererlo, lo juro, me ha llevado al agreste titular: “¿Vamos hacia una plaza Tahrir española?”.

Y he recibido correos sarcásticos que me aconsejan que me lleve una silla a la famosa plaza y me siente a esperar porque va a tardar un poco, me dicen, seguramente con toda la razón del mundo porque España no es Egipto, afortunadamente para nosotros, ni mucho menos.

Pero el futuro de los acontecimientos humanos es ciertamente inescrutable y yo no tengo ni idea de por donde van a ir los tiros, que ya los está habiendo, aunque sean con las malditas pelotas de goma, pero de lo que sí que estoy seguro es que si hay una historia limpia, que yo creo que no la hay porque, como muy bien se ha dicho, siempre la escriben los vencedores y éstos, como se sabe, nunca tienen razón, es que la muchacha herida será siempre considerada un heroína en su  propio círculo y los canallescos cipayos que la apalearon, si tuvieran vergüenza, que no la tienen porque si la tuvieran nunca hubieran hecho lo que hicieron, no podrían nunca volver a mirarse al espejo para no ver en él reflejado el asqueroso rostro de un perfecto canalla, porque es un canalla, lindante con un  asesino el que utiliza medios que tiendan directamente a evitar la defensa que pudiera hacer el ofendido, dicen todos los códigos penales del mundo civilizado, estableciendo una de las circunstancias agravantes del homicidio que lo convierten en asesinato.

 A mí, en la modestia de mi depauperada impresión, me parece que éste rostro juvenil ensangrentado, que intentaba protegerse de una feroz brutalidad que consideraba inevitable con ese pañuelo de tanta significación, podría ser título suficiente para que se desencadenara una revuelta masiva de toda la ciudadanía española contra esos guardias de los que la sociedad española se ha dotado para que protejan a sus individuos de ataques tan injustificados y feroces como el que esta adolescente ha sufrido.

 Si los guardias que han de protegerme se convierten, por un demoníaco fenómeno de transustanciación, en las bestias feroces que no sólo me persiguen sino que intentan matarme, algo esencial no funciona en esta sociedad que están armando el ínclito Rajoy de los 3 exuberantes sueldos y su cohorte de meapilas santurrones a los que debería horrorizar esa abundante sangre que inevitablemente nos recuerda al Cristo.

 Pero ellos se reirían de mí, si me leyeran, diciendo “pero este tío realmente es tan tonto que no sabe que nosotros estamos aquí precisamente para defender nuestros sagrados intereses que no son otros que los de esos Bancos, que nos pertenecen íntegramente, de manera que no sólo vamos a apalear y matar a esos jóvenes casi impúberes a los que su poco seso impulsa a manifestarse contra nosotros, sino que estamos, estaríamos dispuestos a iniciar de nuevo una guerra civil que diera al traste con cualquier esperanza de redención para estas pobres gentes”.

 De modo y manera que a estas pobres gentes no les queda ya otro remedio que intentar promover aquí, en España, su propia revolución, que puede iniciarse en cualquiera de sus plazas, aunque no se llame Tahrir.