miércoles, 15 de agosto de 2012

La jodida barca de Caronte



 Cada animal es como la naturaleza lo ha hecho.  El perro fiel y ladrador, el tigre sangriento, el elefante poderoso. Darwin nos enseñó muchas cosas, tantas que siguen tratando de situarlo en el Infierno.

 Yo creo sinceramente que el hombre es el peor de todos ellos porque es precisamente el más inteligente, el más protervo.

 Me gusta la verdad, disfruto mucho diciéndola. La degusto, la paladeo como el mejor de todos los manjares. Pero mi mujer, por ejemplo, dice que yo no soy sincero sino grosero y aquella inmensa legión de los funcionarios judiciales me daba todos los años, por Navidades, el premio limón porque aquella casta de intocables  no soporta que les canten las verdades del barquero.

 El barquero de Caronte, coño. Recuerda, César, que eres hombre y que vas a morir por ello.

 Pero los jueces se resisten como gato panza arriba a admitir su hombría y tenemos toda la culpa nosotros. Yo, por supuesto, no.

 Soy, fui, un buen alumno, aprendía bien. Y lo 1º que aprendí en mi largo peregrinaje por los juzgados es que aquello es un departamento aparte, tanto que casi no es de este mundo.

 Se trata de constituir una casta especial, enteramente separada del resto de los mortales. La escala orgánica es, de menor a mayor, agente judicial, auxiliar administrativo, oficial administrativo, secretario judicial y juez.

 Y el presupuesto esencial de su personalidad es la intangibilidad. Nadie puede, de ninguna de las maneras, tocar siquiera con la pluma más liviana del ala de un ángel a uno de estos elementos de la escala orgánica que habita un juzgado porque no es ya que será absolutamente anatematizado sino que será expresamente expulsado del mundo y perseguido hasta sus más completa extinción.

 Y esto referido al elemento ínfimo de la escala, el agente judicial.

De lo que se trata con ello es de amedrentar de tal manera al ciudadano que asiste a un juzgado para que ni siquiera rechiste, le hagan lo que sea allí.

 Porque un juzgado es el reino de la injusticia porque allí, ésta, se ha convertido en todo lo contrario porque es, ni más ni menos, que de la exclusiva propiedad de todos los que viven allí, y la propiedad, lo dice el Código civil, es el derecho de usar y disfrutar de las cosas sin más limitaciones que las establecidas en la ley. Pero, la ley, en este caso, el derecho procesal es demasiado parco en su regulación.

 De modo que el más ínfimo de los habitantes de un juzgado es absolutamente poderoso precisamente porque el más alto de ellos pone especial empeño en que todo el mundo comprenda plenamente la máxima que rige allí: si todo esto que te aflige ha caído sobre tu cabeza por no haber respetado hasta más allá de los límites al agente judicial no es posible siquiera que imagines lo que sucedería si te atrevieras sólo a mirar directamente el rostro de los jueces.

 Pues, bien, durante 30 años de mi dura vida anduve suelto por los tribunales de Cartagena y fui tan sincero que le dije a uno de los magistrados en la intimidad más profunda de su propio despacho que a ellos, los funcionarios judiciales, sólo los habían tratado adecuadamente los propios magistrados cuando los condenaban por prevaricación porque toda su actuación es una prevaricación continua y perpetua.

 Porque, como decía, al principio, el hombre es un animal que se ha ido conformando a lo largo de la historia por una serie de costumbres basadas en las peculiares circunstancias de su propia vida.

 Y a un hombre al que la sociedad en que se inserta le atribuye por derecho, además intangible, la facultad de establecer la más completa distinción entre el mal y el bien es realmente imposible que esta potestad cuasi divina no se le suba a la cabeza. De modo que los jueces son los únicos dioses reales que yo he visto físicamente en mi presencia y actúan lógicamente como tales.

 Y yo les dije todo esto cada vez que tuve ocasión, con todos mis respetos, como ahora, pero sinceramente porque, como ya he dicho, disfruto como un enano diciendo la verdad, mal que me pese porque creo que es precisamente por esto por lo que tengo tan pocos amigos.


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