jueves, 9 de agosto de 2012

La traición de los intelectuales




 Llevo siglos diciendo que la nuestra es una batalla perdida por mor de la prensa.

 Es lo que aquel genio, Julien Benda, anticipó con “La traición de los clérigos”, entendiendo por tales a los jodidos intelectuales.

 Un intelectual ¿qué puñetera cosa es? ¿Acudimos al DRAL?

 -“3. adj. Dedicado preferentemente al cultivo de las ciencias y las letras. U. m. c. s.”.

 O sea que un tal David Torres, que ha comenzado a publicar artículos en Público y en cuya autobiografía nos dice “fui cobrador de recibos y librero antes de comprender, como me advirtiera mi padre, que la de proletario es una carrera demasiado difícil. Entonces me dediqué a esto de la escritura, al periodismo y a dar clases de literatura en Hotel Kafka. Las novelas son todas hijas mías pero del periodismo tuvo la culpa Manu Leguineche, que en 1999 leyó mi primer libro, Nanga Parbat, y cometió la temeridad de reclutarme en su agencia Faxpress. Luego pasé brevemente por el ABC de Madrid, colaboré en El País Semanal y en diversas revistas, hasta que en el 2004 inicié mi andadura en El Mundo, donde aprendí que el columnismo es un oficio caducifolio que consiste en irritar a todo el personal, incluido yo mismo. Siempre he pensado que una novela es como un matrimonio más o menos largo mientras que una columna es un lío de una noche. Fui finalista del premio Nadal en 2003 con El gran silencio y he ganado también el Hammett de la Semana Negra de Gijón y el Tigre Juan por Niños de tiza, así como el premio Logroño por Punto de fisión, de donde toma su título esta trinchera. Como se ve, con mis novelas he hecho lectores y amigos, y con mis columnas más bien al contrario. Pero está bien así, porque siempre he pensado que un escritor ha de luchar contra el poder, sea del signo que sea, aunque la señal de su triunfo resulte tan minúscula como una picadura de mosquito en el culo de un elefante”.

 Si cito esto es para que se comprenda mejor lo que trato de decir cuando escribo “intelectuales”. Como apuntan los académicos, un intelectual es un tipo que se maneja bastante bien en esto de juntar letras y después palabras, pero, añado yo, que ahí acaban, pueden acabar todas sus habilidades, porque un escritor no es sino una especie de ebanista de las palabras, un poco más que el modestísimo artesano que es el carpintero.

 Durante algún tiempo, al escritor, al intelectual de la escritura se le exigió algo más que el dominio técnico de su profesión: una ética profesional que consistía en poner su habilidad al servicio de la verdad y de la justicia.

 El problema que motivó la diatriba de Benda es que, un día, unos tipos que se dicen críticos de arte colocaron la carreta delante de los bueyes: es mucho más importante dijeron no quitar ni poner reyes pero, desde luego, ayudar siempre a nuestros señores, y ¿quiénes son éstos?

"Por definición, los que pagan nuestros servicios, y los desheredados de la fortuna, también por definición, no tienen nada, absolutamente nada con qué pagar".

 Entonces, la prostitución de los clérigos-Benda-era inevitable.

 Hoy, día, todo el que quiera vivir de la escritura ya lo sabe, ha de traicionar a todos los que no tienen dinero para pagarles.

 Esto es lo que ha hecho este sr. Torres de hoy con ese largo y admirable curriculum como escritor que, además, nos dice ha sido redactor en ABC y ni más ni menos que en El Mundo, como un Sostres, cualquiera.

  Entonces, es lógico, demasiado lógico, absolutamente inevitable, que defienda a sus señores sin querer ni por asomo quitar o poner Rey, dice el tal Torres:

 “Gordillo dice que saquear un Mercadona en nombre de los desposeídos no es nada al lado de lo de Bankia, que robar comida para los pobres no es lo mismo que desmantelar un banco, de acuerdo, pero jurídica y técnicamente resulta que sí, que son lo mismo. Un robo es un delito, lo pintes como lo pintes, y para llamar la atención sobre la desesperación de miles y miles de familias andaluzas no hacía falta asaltar un supermercado con una banda de jornaleros metidos a matones y, de paso, hacer que llore una cajera. La cual, como quien no quiere la cosa, y sólo por estar ahí estorbando, se llevó un empujón y una colleja. Da la casualidad de que esa inoportuna cajera también es clase trabajadora, pura y dura, mucho más que el grupo salvaje de Gordillo, cuyos detractores se han apresurado a señalar que él mucha hambre no pasa. Ni por el cargo ni por las pintas. Sobre todo por las pintas.
 Fue Pasolini quien advirtió que, en los disturbios de Turín entre estudiantes y policías, la lucha de clases perdió de golpe la perspectiva, porque los estudiantes eran más bien niños de papá y los policías, jóvenes sin estudios, gente pobre del pueblo. Es lo malo de erigirse en conciencia de clase cuando uno no acaba de saber cuál es la suya: si diputado a sueldo o ladrón samaritano, si justiciero de alpargata o estrella televisiva. Gordillo no da el tipo de Robin Hood, ni siquiera de Little John, a pesar de la barba y el megáfono. El hombre buscaba publicidad para los hambrientos y tiró por la calle de en medio, sin caer en la cuenta de que en medio de la calle no había banqueros ni políticos sino la clase trabajadora llorando a moco tendido, y que esas lágrimas, proletarias y calientes, va a emplearlas el enemigo como balas de nueve milímetros. Cuando precisamente lo último que hay que darle al enemigo son argumentos”.

 No sé si debería de cerrar este post aquí. Porque es el tono de todo el artículo el que no ha tenido más remedio que recordarme a ese otro articulista de El Mundo, el referido Sostres, porque, en el fondo, ambos reflejan una misma ideología: el desprecio total del ser humano en lo que éste representa, su capacidad casi infinita de sufrimiento, lo que lo sitúa por encima de toda técnica y legalidad, de manera que, para mí, un tío que supedita el sufrimiento de un pueblo, uno de cuyos miembros, una mujer de Fuerteventura proclama que inicia hoy una huelga de hambre hasta que no se solucione el problema social que sufre actualmente España, a meros detalles técnicos y legales, con lo que de accidental tienen ambos conceptos, queda automáticamente descalificado para escribir para el gran público, porque podrá hacerlo muy técnica y legalmente, pero esencialmente es un perfecto patán, que no sabe de lo que está escribiendo.


4 comentarios:

  1. Un símbolo de dignidad
    Alberto Garzón Espinosa (IU)

    El martes un grupo de trabajadores del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) entró de forma organizada en dos grandes superficies y se llevó sin pagar un importante número de productos de primera necesidad, con objeto de repartirlos entre los más necesitados. Como consecuencia, el ministerio del Interior ha ordenado ya la detención de los responsables. Varios días después podemos confirmar, a mi juicio, que la acción del SAT ha sido un completo éxito.
    Comencemos por el contexto social. Según UNICEF en España un 17’1% de los niños están bajo el umbral de la pobreza, mientras que Acción contra el Hambre denuncia que un 25% están desnutridos. Al mismo tiempo 2 millones de españoles se beneficiarán de las ayudas que la Comisión Europea ha enviado este año –con un total de 67 millones de kilos de comida- para combatir el hambre en nuestro país. A nadie se le escapa que las organizaciones solidarias han visto dispararse sus necesidades para poder atender con eficacia a una población crecientemente empobrecida.
    A pesar de lo apuntado arriba es obvio también que en nuestro país no falta comida, ni tierras fértiles ni medios técnicos con los que paliar el hambre. Lo que sí falta es voluntad política que se atreva a enfrentar las desigualdades de riqueza y renta. Y lo que sobre todo falta es que se cumpla la constitución española y su artículo 128.1, el cual declara que “toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”. Y la acción del SAT ha logrado precisamente poner esto de relieve, marcarlo en la agenda, y lo ha hecho siguiendo la máxima libertaria de Emna Goldman, que instigaba a los trabajadores con la siguiente proclama: “pedid trabajo, si no os lo dan, pedid pan, y si no os dan ni pan ni trabajo, coged el pan“.
    Pero la acción del SAT ha ido más allá de lo concreto, es decir, del reparto de comida, y ha penetrado con fuerza en el mundo ideológico. Decía Guy Debord que vivimos en la sociedad del espectáculo y nos recordaba, citando a Feuerbach, que en nuestro tiempo “se prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser”. No hay duda sobre ello: en la sociedad del espectáculo la imagen importa más que la sustancia y los símbolos se convierten en el arma más valiosa para las causas políticas y las causas empresariales. Y la acción del SAT no es una medida contra la crisis –porque su generalización no resuelve los problemas de raíz- sino una acción simbólica con un claro contenido político. Es sustancialmente distinto.
    sige.......

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  2. Un símbolo de dignidad
    Alberto Garzón Espinosa (IU)

    El martes un grupo de trabajadores del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) entró de forma organizada en dos grandes superficies y se llevó sin pagar un importante número de productos de primera necesidad, con objeto de repartirlos entre los más necesitados. Como consecuencia, el ministerio del Interior ha ordenado ya la detención de los responsables. Varios días después podemos confirmar, a mi juicio, que la acción del SAT ha sido un completo éxito.
    Comencemos por el contexto social. Según UNICEF en España un 17’1% de los niños están bajo el umbral de la pobreza, mientras que Acción contra el Hambre denuncia que un 25% están desnutridos. Al mismo tiempo 2 millones de españoles se beneficiarán de las ayudas que la Comisión Europea ha enviado este año –con un total de 67 millones de kilos de comida- para combatir el hambre en nuestro país. A nadie se le escapa que las organizaciones solidarias han visto dispararse sus necesidades para poder atender con eficacia a una población crecientemente empobrecida.
    A pesar de lo apuntado arriba es obvio también que en nuestro país no falta comida, ni tierras fértiles ni medios técnicos con los que paliar el hambre. Lo que sí falta es voluntad política que se atreva a enfrentar las desigualdades de riqueza y renta. Y lo que sobre todo falta es que se cumpla la constitución española y su artículo 128.1, el cual declara que “toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”. Y la acción del SAT ha logrado precisamente poner esto de relieve, marcarlo en la agenda, y lo ha hecho siguiendo la máxima libertaria de Emna Goldman, que instigaba a los trabajadores con la siguiente proclama: “pedid trabajo, si no os lo dan, pedid pan, y si no os dan ni pan ni trabajo, coged el pan“.
    Pero la acción del SAT ha ido más allá de lo concreto, es decir, del reparto de comida, y ha penetrado con fuerza en el mundo ideológico. Decía Guy Debord que vivimos en la sociedad del espectáculo y nos recordaba, citando a Feuerbach, que en nuestro tiempo “se prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser”. No hay duda sobre ello: en la sociedad del espectáculo la imagen importa más que la sustancia y los símbolos se convierten en el arma más valiosa para las causas políticas y las causas empresariales. Y la acción del SAT no es una medida contra la crisis –porque su generalización no resuelve los problemas de raíz- sino una acción simbólica con un claro contenido político. Es sustancialmente distinto.
    sige.......

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  3. A PARTIR DE AHORA LOS COMENTARIOS LOS PONDRÉ EN EL OTRO BLOG GEMELO DEL SR. PALAZON QUE TIENE UN FUNCIONAMIENTO MAS ÁGIL

    GRACIAS A TODOS LOS AMABLES LECTORES POR PASAR POR ALLÍ A LEER Y A COMENTAR CUYA DIRECCIÓN ES:

    http://jlpalazon1.wordpress.com/

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