martes, 17 de diciembre de 2013

Qué más quisiera el hombre que ser como un lobo

Como Tomas de Aquino era un cura aristocrático, que adoraba hablar bien, en lugar de decir que el hombre era lo peor que hay sobre la superficie de la Tierra, el muy jodido dijo que era un ser desfalleciente, pero la realidad es que se trata del más perfecto de todos los cabrones.
Y como de alguna u otra manera lo sabe, como sabe muy bien lo que es, trata de denigrar hasta el fondo a todos los demás para no sentirse a sí mismo tan canalla.
Este es el secreto que, a veces, parece imposible del éxito estruendoso de los llamados programas basura.
Pero, luego, cuando ya está en lo más profundo del pozo, como el gran hipócrita que es, viste los ropajes de alguno de los sacerdocios y se pone a predicar cualquiera de los buenas nuevas que se propalan por el mundo, no teniendo inconveniente, si se tercia, de cambiar una por otra con la mayor facilidad.
De ahí que la única corriente filosófica que hoy me parece soportable es ésa que han dado en llamar el pensamiento débil porque ¿cómo puede nadie, que tenga un mínimo de vergüenza, sentirse orgulloso, o sea fuerte, con todo lo que le bulle por su innoble cabeza?
Hagamos, coño, por una sola vez, aquel ejercicio tan saludable que los católicos llaman examen de conciencia, no ya sólo en las grandes ocasiones, cuando haya gente pendiente de nosotros, sino en lo más profundo de nuestra propia soledad y comprobaremos que no somos sino el peor, el más despreciable de todos los animales, el que con menos dignidad se comporta, el que trata continuamente de abusar de los otros, sólo por disfrutar de un pequeño grado más de confort. Verdaderamente repugnante.
Y, ahora, me detengo un instante para escuchar como rezongan los fariseos, los hipócritas, “eh, oiga, no le autorizo a que diga de mí todo eso, ¿o es que quiere v. precisamente hacer lo que predica de todos los demás, sacudirse como un perro que acaba de bañarse en mierda con toda su fuerza para que ésta recaiga sobre los otros?”.
Yo no sé si hay alguien realmente que sea capaz de estar contento de sí mismo cuando se halla a solas y reflexiona.
Decía uno de mis maestros, Sartre, que el infierno son los otros, en su maravilloso drama “Huis Clos”, pero yo me atrevo a dar, con su permiso, un pequeño paso más, ahora y aquí, el infierno no sólo son los otros, que también, el infierno acabamos por ser nosotros mismos, quemándonos en las asquerosa lava que brota de ese volcán que anida en nuestro propio corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario