sábado, 26 de diciembre de 2009

Fin de año

Empíricamente, 2 verdades: 1) que estamos a final de año y 2) que yo tengo ya casi un siglo, de modo que tal vez no sea inoportuno hacer una especie de recapitulación.


Yo soy un tipo raro que llega tarde siempre a todos los sitios. Y consiguientemente también lo hice a aquí. Y lo siento, lo siento mucho porque aquí he aprendido, en menos de un año, quizá tanto como en el resto de mi vida.

¿Qué es lo que he aprendido? Muchas cosas de las que sólo puedo exponer aquí unas cuantas. Lo primero que aprendí es a convivir. Yo era un tipo cerrado, un exclusivista creo que se llama, para mí la gente era blanca o negra, de derechas o de izquierdas, estaba dividida en compartimentos tan estancos que era imposible que hubiera entre ellos ninguna clase de comunicación. Estaba radicalmente equivocado. Y me lo demostró Merovingio. Yo creí que nunca podría dialogar con la derecha auténtica. Era un prejuicio absurdo pero lo tenía. Como alguien no se ha cansado de repetir aquí, hubo un tiempo en el que yo fui de derechas, realmente no sabía ni lo que pensaba, porque era un niño, pero mi pensamiento se inscribía en lo que ahora sé que es la derecha. La existencia de un Dios personal que era, al propio tiempo, justo y misericordioso, y que lo gobernaba todo directamente, asentaba las bases para una increíble cosmogonía en la que todo estaba perfectamente encajado en su sitio. O sea que si el Caudillo estaba allí, en El Pardo, era porque Dios no es que lo hubiera permitido sino porque así lo había querido directamente. Si esto era lo que decían las monedas: “Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios”.

Pero cuando me enfrenté directamente con la injusticia todo aquel tinglado se desmoronó, la noción, el conocimiento de la injusticia es el auténtico motor revolucionario. De pronto, un día, te topas con unos hechos tan injustos que toda tu sensibilidad se rebela con una fuerza tal que el mundo, todo aquello en lo que tú creías hasta ese momento, salta por lo aires y esta situación, que no es sino el ahora tan alabado caos, te obliga a repensarlo todo, a buscar un punto de apoyo que sirva de palanca para ese nuevo orden sin el que no se puede vivir sin volverse uno loco o dar un portazo.

Pero ¿qué nuevo orden fue ése? Un orden, si se me permite la expresión, totalmente desordenado, y que no es sino el fiel reflejo de ese orden marxista que, para mí, lo rige todo y que se basa en el materialismo dialéctico, una pugna sin cuartel y sin descanso, entre una serie de impulsos contrarios que luchan por imponerse unos a otros con tan absoluta ferocidad, que el mundo entero se ha ensangrentado.

A veces, la sangre, como ocurre aquí, en el blog, es metafórica porque no puede ser física, real, porque nuestro mundo sólo es virtual, pero no resulta mucho menos cruel por simbólica. Aquí, algunos, los menos, no dudan un momento en utilizar la peor de las armas virtuales, el insulto. El insulto no sólo es la negación más radical de lo que el otro dice y significa sino también de lo que somos y decimos nosotros. Cuando insultamos gratuitamente, que, a veces, es absolutamente necesario insultar, pero éste es otro tema, estamos reconociendo inconscientemente nuestra propia impotencia para seguir un orden lógico de razonamiento.

Por eso ha sido tan eficaz la presencia en el blog de un señor, iba a escribir un tipo, tan especial como Merovingio. Merovingio es la derecha pura y dura pero también educada y cordial, Está profundamente convencido de que no hay otra forma lógica de gobernar el mundo de la que propugna “su” derecha. Una derecha que es, sobre todo, educada, respetuosa con el contrario y dialogante. Ha sufrido toda clase de agresiones más o menos dialécticas y nunca, que yo sepa, ha perdido la compostura. Nunca ha insultado a nadie.
Nunca había conocido de cerca, dialécticamente, a nadie que se equivocara tanto, pero que defendiera sus ideas con tanto respeto para los demás y con tanto empeño. Él no puede remediarlo pero le ocurre lo que a mí, sus vivencias personales le han llevado a concluir que el mundo está bien hecho, y que las reformas que continuamente hay que hacerle, para que nos siga sirviendo, sólo son retoques accidentales que no deben en modo alguna alterar su estructura esencial, el más rígido de los capitalismos liberales: el mundo, la vida sólo pueden funcionar si dejamos que el mercado, en el que se produce una concurrencia natural de los distintos capitales, opere como la mano milagrosa que todo lo resuelve.

Es casi todo lo contrario de lo que pienso yo: el mercado es necesario como una institución económica en la que los capitales humano, trabajo, y financieros, crédito y dinero, junto con la riqueza natural de las naciones, realizan una función imprescindible pero secundaria que no debe de buscar fundamentalmente el interés esencialmente privado sino el públlco, porque éste comprende también a aquél, al que es superior en un orden lógico de prioridades, por lo que debe ser controlado eficazmente para que un ánimo de lucro desordenado no nos conduzca cada equis años al desastre que, alguna vez, puede llegar a ser irreparable.

Buenos días y buena suerte, porque la vamos a necesitar.

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