domingo, 28 de febrero de 2010

Corrupcion en el Palacio de Justicia, una nueva versión de la obra de Ugo Betti

¿Por qué, en este país, nadie se detiene  un minuto a pensar que la justicia no es que no funcione sino que lo hace sólo a favor del poder y que, así, no tenemos otro futuro que estar cada día más en manos de los poderosos?

¿Es que somos un pueblo de locos irresponsables o de borregos?

Porque a mí me aterra contemplar cómo en foros como estos blogs, poblados por furibundos izquierdistas, todo el mundo  pasa todo el tiempo mirándose el ombligo y felicitando a sus amigos por lo bien que, por ejemplo, hacen cosas que nada tienen que ver con las preocupaciones reales de la gente, de esa gente que va al trabajo cada  día o, lo que es mucho peor, que no tiene donde ir a trabajar y pasa hambre, frío, miseria y la desesperación de verse solos y abandonados por todos nosotros.

Desde que llegué al blog de Saco, comencé a repetir que no hay justicia en España, que lo que se conoce aquí como la Administración  de tal cosa no es sino un instrumento más para el dominio de la situación por parte de la oligarquía que, de un modo u otro, siempre nos gobierna de modo que no debiera sorprendernos nada que el presidente del ejecutivo actual no sólo no se oponga sino que colabore decisivamente en que la ultraderecha ocupe al completo los puestos relevantes de la judicatura de tal modo que esas quejas que ahora oímos respecto a lo que ocurre con los implicados en el caso Gürtel, el más importantes de todos los que afectan a la ultraderecha, pero  ni mucho menos el único, por parte de los 3 diarios que muestran una levísima tendencia a la izquierda, sólo son en cierta manera retóricas y se deben a un intento testimonial para que toda la gente que siente tendencia natural al progreso en sus ideas políticas no se aparte definitivamente de la vida pública del país y se abstenga definitivamente de participar en ella lo que, entre otras cosas, implicaría una importante pérdida de negocio para estos periódicos.

       Pero lo cierto es que nada ni nadie ha tratado de resolver una situación enquistada ya demasiado tiempo en la que nunca se intenta molestar siquiera los intereses de la clase dominante que campa por sus respetos con un descaro insultante, riéndose en la cara de todo aquel que se acerca a la Administración de justicia con la pretensión de ejercitar uno de esos derechos tan rimbombantes que consagra una de las Constituciones más retrógradas de toda la humanidad, pensada, creada y promulgada por una ultraderecha a cuyo frente estaba ni más ni menos que Fraga, el ministro factotum de Franco, que se encargó, ayudado en las bandas por gente de indudable ascendencia derechista como Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Miguel Roca, de alumbrar ese parto de los montes que nos tendrá maniatados por siempre y para siempre, cumpliéndose así el sacrosanto designio del dictador que nos avisó de que todo quedaba atado y bien atado.

Y habrá quien nos pregunte “pero, si eso es así, tal como usted lo cuenta, ¿cómo es posible que el caso Gürtel haya llegado a producirse?”.

Y la respuesta escueta, lacónica, es: Garzòn. Garzón es el verso suelto, la nota discordante, el elemento rebelde que se ha disparado erróneamente en el sentido equivocado en un sistema férreamente diseñado para que todo siga igual en un mundo que se piensa ciegamente es el mejor de todos los posibles, o sea, el summum del pensamiento ultraderechista.

Garzón es un suceso no ya irregular sino sencillamente monstruoso en una Administración de Justicia como la nuestra. He expuesto ya aquí, muchas veces, la ecuación básica de la justicia española:

PP=ultraderecha=jueces.

Ahora, el grupo dominante se denomina PP, ni más ni menos que Partido Popular cuando representa la quintaesencia de la aristocracia y de la oligarquía, todo lo contrario al pueblo llano, al pueblo democrático, al pueblo trabajador, exprimido y explotado hasta límites realmente increíbles.

Para que una situación radicalmente injusta pueda mantenerse así, siempre, es necesario un perfecto aparato represor que se halla constituido por una apariencia de aparato dispensador de justicia y  otro en el que se deposita la coerción, la fuerza, la violencia operativa para la sumisión definitiva del pueblo.

Vivimos en un mundo no real sino simplemente representativo.Hay unas cámaras legislativas a las que el pueblo no es que no llegue sino que ni siquiera se acerca, con diputados y senadores extraídos de las clases poderosas de una sociedad sojuzgada. Estas falsas instituciones que deberían de representar realmente los intereses del pueblo sólo se mueven en el sentido de reafirmar el dominio de los poderosos sobre los más débiles y constituyen una verdadera irrisión en lo que se refiere a la defensa de los derechos y las libertades de un pueblo, cuyos verdaderos intereses, no se toman nunca en consideración.

Y las leyes que de estas cámaras emanan tienen encomendado su cumplimiento a una cohorte de funcionarios extraídos de las clases más elitistas de la sociedad, mediante un procedimiento que asegura la no desviación de uno siquiera de ellos de las pautas marcadas por una estructura aristocrática y exclusivista que aparta de la función más decisiva de la administración pública cualquier atisbo de democracia y buen gobierno, de tal modo que una sociedad totalmente anquilosada y antidemocrática se mantendrá indefectiblemente intacta.

Pero de pronto aparece Garzón.  Un juez que viaja a Italia para aprender de Di Pietro cómo se intenta construir una justicia popular efectiva, capaz de luchar no sólo contra la mafia sino también contra un poder tan corrompido entonces como ahora es el nuestro. Es un buen discípulo que tiene un gran profesor, aprende y regresa a España imbuido de la idea de que una revolución democrática desde la justicia todavía es posible en  occidente, en una civilización lastrada hasta su médula por una endémica tendencia a la corrupción. Ni él ni Di Pietro tuvieron la capacidad suficiente para anticipar que ambos intentos, el italiano y el español, acabarían como lo han hecho, con Berlusconi, el amigo de Aznar, asistente en primera fila a la boda de  El Escorial, imponiendo un neofascismo en Italia,  y el PP, el partido creado por Fraga pero llevado al triunfo electoral por Aznar, dominando ampliamente la escena política en ambos desdichadísimos países.

Di Pietro fue forzado ya hace mucho a abandonar la magistratura italiana. Garzón está a punto de ser expulsado por sus compañeros de la carrera judicial española. Dos vidas paralelas cuya secuencia casi simultánea le hubiera gustado mucho reseñar a Plutarco.

Buenas noches y buenas suerte.

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